En humilde pesebre,
recostado Jesús sobre la paja,
a los hombres, sus caros hermanitos,
dulcemente les habla.
De su Padre, el Criador, el Dios Eterno,
es la viva Palabra;
la que encierra en sí sola los arcanos
de la ciencia increada.
Cuanto más pobrecillos e ignorantes,
más nos llena El de luz desde su Cátedra,
y a los niños distingue
con su amor, sus caricias y sus gracias.
A los sabios soberbios,
ya tan llenos de sí y de ciencia vana,
no les llega esa luz maravillosa
que del Pesebre irradia.
Hagámonos pequeños
como Aquél que, benigno así nos llama,
y escuchemos atentos sus lecciones,
con amorosas ansias.
De Belén al Loquillo
hallaremos, absorto ya en esa aula,
con el alma repleta de luz pura,
Doctor en ciencias varias:
En paciencia, humildad y aun en pobreza,
que es la más ignorada,
y que sólo se aprende en el Pesebre
do practica Jesús sus enseñanzas.
Por palacio una cueva;
un pesebre, por cama;
y por blondas y ricos cortinajes,
los que activas tejieron las arañas.
¡Oh mi Dios y mi todo, Rey del Cielo!
¡Ved la mísera nada,
aspirando a tener lo que no tiene
ese Niño riquísimo sin tasa!
(Loquillo venturoso,
Padre mío Francisco, guía mi alma
a la Cueva bendita donde aprendes
cosas tan encumbradas!
¡Que yo aprenda también a ser humilde,
que la santa pobreza suyo me haga,
y que vea en las penas,
para al Cielo subir, segura escala!
Infinitos son ya los que, llamados
a la Escuela Seráfica,
con él van a escuchar al gran Maestro
y a seguir sus pisadas.
Todo el orbe recorren sus alumnos,
del Loquillo feliz vivas estampas,
y la ciencia del Niño de la Cueva
por doquier se propaga.
Acudid ¡oh mortales!
No perdáis la ocasión que os depara,
y seréis grandes sabios
aprendiendo tan sólo una PALABRA.
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