Oración que escribió san Francisco de Sales, Obispo y Príncipe de Genova, para las Señoras embarazadas, a efecto de alcanzar la protección del Cielo para un feliz alumbramiento, sacada del libro tercero de las cartas del Santo, carta 83.
¡Oh Dios eterno! Padre de infinita bondad, que ordenaste el matrimonio para la propagación de los hombres, y poblar el reino de los Cielos, destinando especialmente nuestro sexo a este oficio, y la fecundidad por señal de bendición sobre el: postrada ante vuestra Majestad, a quien amo y adoro con todo mi corazón, te doy gracias, bien mío, por la criatura que llevo en mis entrañas, y te has dignado concederme. Extended, Señor, el poderoso brazo de tu admirable providencia hasta la perfección de esta obra que en mí has comenzado, y proteged a esta miserable criatura para que vea la luz del mundo. En aquella hora, ¡Oh Dios de mi vida! sed mi socorro, fortaleced mi flaqueza, y recibid mi fruto, para que siendo tuyo por la creación, sea también redimido de la culpa, e incorporado en el seno de la Iglesia católica por el sagrado Bautismo.
¡Oh Salvador de mi alma! que viviendo entre nosotros estrechasteis muchas veces en tus divinos brazos a los parvulitos; recibe este y adóptale por hijo, para que teniéndote e invocándote por padre, sea tu nombre santificado en el, y te bendiga en tu reino.
¡Oh Redentor del mundo! Yo le ofrezco y consagro de todo mi corazón a la obediencia de los mandamientos de tu santísima ley, a los de tu esposa la santa Iglesia, y a tu perfecto amor y servicio.
¡Oh Señor mío! como la mas vil pecadora entre todas las de mi sexo, acepto con entera resignación todos los trabajos y penas que fueres servido padezca en el parto, como hija de aquella primera madre justamente condenada con toda su posteridad a los dolores y fatigas nunca bastantemente ponderados.
¡Oh Dios de mi vida! te suplico humildemente, que por el sagrado alumbramiento de tu inocentísima Madre, me seas amparo y consuelo en la hora del que espero, bendiciéndome con el hijo que seáis servido darme.
¡Oh Virgen Santísima y purísima Madre! mi querida protectora, y único honor de las mujeres, recíbeme en tu tierno y dulcísimo regazo, y ofrece mis súplicas a tu divino Hijo, para que sean oídas y felizmente despachadas. Así lo pido por el castísimo amor que tuviste a tu amado esposo san José, por el infinito merito del nacimiento de mi Señor Jesucristo, por tus purísimas entrañas que le hospedaron, y por tus sagrados pechos que le alimentaron.
Oh Santos Ángeles de mi Dios y Señor, destinados a mi guarda, y a la del hijo que traigo en mi seno; defended y dirigid con vuestra asistencia todos los momentos de mi vida y la suya; para que podamos conseguir la gloria que gozáis, y alabar en vuestra compañía a nuestro común dueño, que reina en todos los siglos de los siglos. Amén.
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